Bouwer desde adentro, en pandemia: de 5 mil presos se contagiaron 588 con Covid

La suspensión de las visitas fue la condición que más inquietó a las personas presas. Sin embargo, las medidas de cuidado evitaron la propagación pronunciada del virus Sars-CoV-2. El hospital modular quedó funcionando los primeros días de enero.

Las primeras noticias de la “entrada” del Covid-19 a las cárceles de Córdoba siguen en la memoria de todos. El pánico a lo desconocido de la enfermedad se montaba sobre una pregunta inquietante: ¿qué pasaría con las personas que permanecían presas y con el cuidado de su salud?

Pasaron los meses y La Voz, tras cumplir con un minucioso control sanitario exigido por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia, fue el primer medio en ingresar al penal de Bouwer durante la emergencia sanitaria. Y si bien la sociedad ha relajado las medidas de cuidado, en la cárcel se observa el cumplimiento de los protocolos y de las medidas de sanidad.

Los primeros números que expuso en diálogo con este medio el director principal del establecimiento, José Herland, hablan sobre el atenuado impacto de la enfermedad, al menos hasta aquí.

Fueron 588 las personas presas contrajeron coronavirus, según la información oficial. Todos se recuperaron, salvo cuatro casos que terminaron en fallecimientos. A la vez, no hubo muertos por esta causa entre el personal del Servicio Penitenciario.

En la actualidad, hay 4.960 personas privadas de su libertad en el complejo carcelario de Bouwer. A este número, hay que añadir al personal penitenciario, que se eleva a 1.200. Esa es la población total de esta especie de ciudad, que vivió su propio “confinamiento obligado” durante la emergencia sanitaria.

“Cuando empezaron a llegar las primeras noticias sobre el Covid-19 en Argentina hubo preocupación. El personal del Servicio Penitenciario comenzó a preguntarse qué cambios iba a tener que introducir en su vida cotidiana. Lo que abundaban eran las preguntas, las dudas”, recordó el director del MD1, Matías Ceballos.

A lo que el subdirector principal de Tratamiento, Mauro Molina, respondió con su particular mirada de ese pasado reciente: “Había miedo. Pero se trabajó con cada interno. Se siguió trabajando cada día, con conversaciones cotidianas, y allí reside la razón por la que hubo tan pocos contagios”.

La secretaria de Organización y Gestión Penitenciaria, Cecilia Lanzarotti, planteó: “Por instrucción del ministro Julián López dentro de todos los establecimientos penitenciarios de la provincia hemos trabajado y seguimos trabajando en este contexto de pandemia para garantizar derechos humanos básicos de las personas privadas de libertad, como es el derecho a la salud”.

Entrar al encierro

Durante el recorrido que este medio hizo en la penitenciaría, la postal más llamativa fue la presencia de las visitas. Una nutrida fila de mujeres y varones con niñas y niños de diferentes edades fue avanzando hacia la puerta de los diferentes módulos. Por caso, en el MD1 pasaban de a uno a la requisa.

“Volver a ver a mi esposo fue como recuperar la vida, que nos habían quitado. Entendimos que las condiciones de vida habían cambiado, pero fue muy difícil pasar todo este tiempo sin volver a vernos. Con nuestros hijos pasó lo mismo y costó mucho que entendieran que no podían ver a su papá”, dijo una mujer que esperaba su turno de ingreso.

En la puerta, cada visitante debía esperar a que el Servicio Penitenciario registre su temperatura con un termómetro láser y colocarse alcohol en sus manos.

“Antes entrábamos y nos revisaban de una. Ahora hay que hacer todo esto; pero es por la salud de los que están adentro”, evaluó otra madre que llevaba a un hijo de la mano.

Más adelante de la fila, un hombre que junto a un niño habían conseguido llegar a Bouwer después de un largo tiempo. “La pandemia no sólo fue sanitaria. También fue más complicado venir por otros motivos. Nosotros no tenemos ‘un mango’ y llegar hasta acá siempre fue muy difícil, y ahora más”, dijo.

El personal que iba franqueando cada entrada hasta llegar al MD1 también coincidió en una conclusión: la ausencia de las visitas fue uno de los puntos complejos. “No hubo mayores complicaciones porque acá adentro todos saben que la situación es generalizada. Eso se combinó con la voluntad de parte de los internos de cuidar a su familia”, señaló Molina sobre esta condición.

Christian Toranzo forma parte de la estructura penitenciaria: es ayudante principal y su función es la del control, cuidado y custodia de los internos. Para él, no hubo grandes cambios en la vida cotidiana, pero la prohibición de visitas sí fue un punto que impactó en el humor interno.

“Se les brindaron posibilidades para comunicarse por telellamadas y tarjetas telefónicas. Esto fue valorado por los internos. El trabajo y las actividades cotidianas no cesaron, porque cada una de las partes de la institución carcelaria tomó medidas y continuó funcionando”, detalló.

Sobre las actividades, Toranzo subrayó que si bien se suspendieron las clases presenciales, se continuaron las acciones educativas mediante la entrega de material de estudio.

“Nosotros continuamos trabajando como lo veníamos haciendo antes de la pandemia. Pero nos afectó a todos. Y se pudo observar un alto nivel de compañerismo, de cuidados, no sólo entre nosotros sino que también con los internos”, evaluó.

Recalcó que las personas presas tuvieron en claro que “se los estaba cuidando”. Por eso, opinó, no hubo mayores conflictos a pesar de los cambios que se debieron introducir en las condiciones de encierro.

Sobre las estrategias de abordaje del clima interno, también se refirió Herland. Para el director principal, la habilitación de videollamadas a familiares fue un aliciente para la población carcelaria.

“Hubo un trabajo por parte del Ministerio de Justicia para garantizar las condiciones sanitarias, como la instalación del nuevo hospital modular. Pero también se atendieron estos aspectos humanitarios. Y fue algo que aprendimos y que quedó instalado para un futuro”, expresó sobre las videoconferencias entre presos y familiares.

Herland consideró que es un recurso que podría servir en aquellos casos donde es necesaria la revinculación con la familia. “Algunas personas no pueden venir hasta acá porque viven en otras provincias o porque carecen de recursos. En esas ocasiones, puede ser una alternativa la videollamada”, sostuvo.

Vacunación

Desde el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos confirmaron que en la actualidad hay 2.040 internos que ya recibieron la primera dosis de la vacuna contra el Covid-19. Y 1.100 internos ya completaron su esquema de vacunación.

La campaña de inmunización continúa su curso, como en toda la provincia.

Entre las personas que ya recibieron al menos una dosis en las cárceles, se priorizó a mayores de 45 años, embarazadas e internos con patologías de riesgo.

“En algunos casos se anotaron ellos mismos a través de sus familias. Los juzgados fueron habilitando algunos operativos para que los internos pudieran vacunarse”, contó Molina sobre la estrategia de inmunización.

“Una ciudad que no tuvo coronavirus”

A las 14, un grupo de guardias en la puerta principal de Bouwer pregunta quiénes somos. Piden las credenciales y los resultados de los PCR que tuvimos que hacer antes de llegar hasta el portón. Modulan por radio y dicen que avancemos.

Al cabo de media hora, y tras haber sorteado los controles y el “cacheo” en el cuarto de requisas, autoridades del Servicio Penitenciario salen al encuentro.

Las puertas siempre se cierran pesadas cuando se avanza por esos pasillos tétricos. Tan pesadas como la vida dentro de la prisión. Pero esta es la primera vez en pandemia que los presos van a hablar con la prensa y hay algo de ese hermetismo que separa la vida en libertad de la vida en cautiverio que se va a agrietar.

“Acá adentro somos un montón y cada uno suele estar en la suya. Con esto, nos tuvimos que hablar más entre nosotros, acompañarnos más”, dice la primera voz.

Nadie está muy apresurado por contar su experiencia. “La cárcel, ante todo, es un lugar olvidado”, explica otro. Ni siquiera la llegada de una pandemia pudo penetrar los prejuicios de las miradas exteriores sobre la prisión, comenta otro entrevistado.

“Acá hay una ciudad que no tuvo coronavirus. Los casos venían de afuera y se produjeron más que nada en las alcaldías, donde los detenidos hacían la cuarentena. Acá llegaban y si tenían síntomas estaban aislados”, plantean.

Ese prejuicio que la sociedad tuvo con la enfermedad temeraria, en la cárcel se topó con la realidad de “los que tienen que pelear todos los días para sobrevivir”, reconocen allí.

La pieza donde fuimos a parar tras sortear los controles es luminosa. El diálogo es trunco. No fluye. Las miradas son esquivas y los nombres son secretos. “Queremos resguardarnos”, comentan.

Ese temor que en marzo de 2020 metió a la gente dentro de sus hogares, a Bouwer llegó poco. Lo que más les preocupaba adentro, insisten una y otra vez, era el exterior. Que sus allegados estuvieran pasando por situaciones difíciles era la preocupación generalizada de los presos.

“No ha sido un mal tiempo. No hemos tenido mayores problemas, porque acá se extremaron las medidas. No podíamos compartir el mate y teníamos barbijos. En mi pabellón no hubo contagios”, dice uno.

La instalación del hospital modular fue también un alivio. “La gente que se contagió iba al hospital, que nunca estuvo lleno. Lo bueno era que al poco tiempo las personas volvían sanas”, celebran.

“La pandemia puede no haber hecho mella en cuanto a la salud, pero vivimos mucho más apego a los familiares, más necesidad de encontrarse con los vínculos”, aportan.

Cuando la reunión va concluyendo, el clima sigue tenso. Las ganas de hablar siguen ausentes. Pero alguien dispara contra la raíz de esas contracturas. “Ojalá el afuera pueda mirar con otros ojos lo que pasa acá adentro. Acá el trabajo siguió todos los días y nos seguimos educando. Y nos cuidamos entre todos”, dice antes de que, otra vez, reine el silencio.

Luego, el mismo camino para dejar atrás esa reunión.

Hay que volver a una sociedad del afuera, que muchas veces organizó una fiesta clandestina, o un cumpleaños. Desde las máximas autoridades hasta el vecino.

Hospital Modular

“En el séptimo piso del Hospital San Roque se habilitó una sala para los internos de la cárcel de Bouwer con Covid-19. Pero acá primó la consciencia de que había que cuidarse, para no ocupar camas”. Esa idea que expuso el director principal, José Herland, continúa intacta hasta el presente.

En enero quedó habilitado el hospital carcelario. De sus 52 plazas, hoy sólo están ocupadas 13.

El costo de la obra superó los 200 millones de pesos. La inversión provincial fue de unos 20 millones de pesos y la construcción y el equipamiento demandaron cerca de 180 millones a la Nación.

Las tareas de construcción fueron coordinadas por Obras Públicas de la Nación y por los ministerios de Salud y Justicia de la Provincia.

Está dotado de un equipamiento que incluye rayos X móviles, resucitador, equipo de traqueotomía, respirador, laboratorio y equipo de curaciones. Además la infraestructura permite resolver en esta unidad los controles ginecológicos de la población femenina –cuenta con mamógrafo digital y ecógrafo portátil– y el hospital tiene un equipo de hemodiálisis y de ósmosis inversa y un electrocardiógrafo.

El instrumental y la atención funcionan en unos contenedores que cuentan con condiciones de seguridad independientes del resto de los módulos. Cada “celda” es una habitación y está vigilada por personal del Servicio Penitenciario, las 24 horas del día.

Fuente: lavoz.com.ar

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